Paterna del Madera era una incógnita
total: Nadie sabía con seguridad la distancia, no estaba claro si
era tipo A o tipo C, había varias rutas posibles para ir... Supongo
que es lo que tiene ser la primera edición.
De hecho, cometieron bastantes errores,
aunque hay que decir que se les veía ánimo y espíritu de mejora.
Por ejemplo en los baños no había nada de papel (a última hora ya
sí), o sobre todo eso de que más o menos a partir de la posición
150 ya no quedara agua en la meta para los corredores (aunque luego
vi a una voluntaria venir con una pack de botellines que además eran
de otra marca, como adquiridos de correprisa). Pero bueno, pese a los
pequeños fallos que achacaremos a la inexperiencia la valoración
final es positiva (y mención especial a las muchachejas del segundo
avituallamiento).
El regalo bien: Camiseta de algodón (que algunos ya no sabemos donde meter las camisetas técnicas), botecito de miel, botellita de aceite ecológico y una mininevera como la de El Salobral del año pasado que viene muy bien en los viajes para mantener fría la botellita de agua o el bote de bebida con glucosa.
Tras varias carreras por la tarde, esta
vez volvíamos a la mañana aprovechando el día festivo (15 de
agosto), fecha que también hacía que no hubiese demasiada gente
apuntada (menos de 400). Eso a mí me jugó una mala pasada, y no fui
el único, ya que aunque en principio íbamos a ser 9 keniatas,
Hurtado hizo un extraño y no llegó a tiempo.
La salida resulta desquiciante, con
casi dos kilómetros cuesta abajo. Tanto que los keniatas, que
habíamos dicho de ir en grupo con calma y sin agobiarnos porque casi
todos corríamos a los dos días en Cenizate, nos vamos separando de
la propia inercia y velocidad de la carrera, de manera que al poco a
la cabeza del equipo estamos un grupo de tres con Pepito, mi hermano
y un servidor.
Pese a que algunos van realmente
rápido, nosotros más o menos nos mantenemos sin ir a tope (aunque
vamos a más o menos 4:15, que tampoco está mal), y pronto
abandonamos la carretera para meternos por los caminos. Y qué
caminos. Los paisajes son chulos y la carrera debe ser la leche, pero
yo personalmente apenas la disfruté porque no podía quitar la vista
del suelo, ya que eran caminos de los de pedrolos del nueve, de esos
que a la que te descuidas te cuesta un tobillo.
Al llegar a los caminos y empezar la
subida mi hermano acusa el haber bajado tan rápido y se queda,
dejándonos a Pepito y a mí como puntas de lanza, pero Pepito no
está entrenando mucho últimamente y cuando llevamos un rato de
subida se nota que voy más fuerte y tras despedirme tiro millas.
Estoy solo. Espero saber controlarme, porque es en Cenizate donde
quiero ir a muerte, y para eso aquí no puedo pasarme.
Como nunca he hecho esta carrera (ni yo
ni nadie) no tengo muy claras las referencias de tiempo, ni si los
más o menos 5:10 que llevo son rápido o lento, sólo sé que en
general voy más o menos adelantando a gente y que los pocos que me
adelantan lo hacen a mucha velocidad, notándose que es gente
acostumbrada a las cuestas, así que igual que en Tarazona me guío
sobre todo por las pulsaciones, y dado que estoy sobre las 160
supongo que la cosa va bien.
Hacia el km 6 hay una pendiente
especialmente chunga, y dado que ya llevamos 4 km de subida la cosa
se hace especialmente dura, pero finalmente llegamos al km 7 y
volvemos al llaneo. Cuando pasamos por el cementerio está claro que
estamos volviendo al pueblo, así que aprieto un poco.
En la entrada al pueblo cometo el error
que creo que hemos cometido todos: Ves el pueblo, oyes al Villa... y
lógicamente crees que ya queda poquito, por lo que ya aceleras a
muerte. Como digo, gran error, pues desde ese momento hasta la meta
queda más de un kilómetro (los kms estaban marcados con carteles,
así que igual sí que se podía ver y saber que aún quedaba, pero
admito que a partir del 6 la verdad es que no me fijé, como digo iba
muy pendiente primero del suelo y luego de ir rápido pero sin
pasarme).
Lo dicho, a la entrada del pueblo
aprieto, y los demás conmigo, de manera que empiezan los piques, y
yo ya sabéis que no soy de los que necesitan muchos ruegos para
echar mano al plato, así que me pico y le meto caña. Como además
la parte del pueblo es cuesta abajo, ese “le meto caña”
significa que hago el kilómetro del pueblo a 3:40, y pese a ello
apenas adelanto un par de posiciones (para que os hagáis una idea de
cómo íbamos todos). Sin embargo, el final final no es cuesta abajo,
y dado que todos hemos forzado bastante, esos últimos metros se
hacen duros.
Aquí ya se veía la meta...
Por allí anda el Tato, pero como no
llevo la camiseta no me ve, y dado que está al lado de los
altavoces, aunque me desgañito llamándolo para avisarle no me ve
hasta que no es demasiado tarde. Da igual, yo ya estoy en modo
automático. Me voy fijando porque por la meta debería estar mi hija
y querría entrar en meta con ella, pero no la veo, así que cuando
me doy cuenta he entrado. 48 minutos para los casi 10 km de carrera y
una media de 159 pulsaciones, no está mal.
Mención especial para Curro, que pese
a la ciática galopante sabiendo que era el octavo corredor le echó
un par y acabó llegando a meta pese al dolor para así poder puntuar
como equipo.
El piscolabis es algo básico, con
sobre todo fruta, y el agua ya he mencionado que es un fallo, pero
como dejan pasar a la piscina se compensa un poco. Sin embargo yo
tengo reservada una casa rural en la zona y me piro en cuanto puedo,
que hay que descansar (pese a ello al día siguiente me iría a
trotar por las cuestas de la zona en entrenamiento corto y suave
teóricamente de descarga, espero no pagarlo el sábado en Cenizate).
Por cierto, a la hora de la comida
aparecieron Gabi y compañía por mi complejo, y pude resolver la
duda planteada unas cuantas publicaciones atrás: Aunque antes lo de
dar un dorsal a cada corredor para todo el circuito sí se hacía,
ahora no se hace así, y los únicos que tienen el mismo número
todas las carreras son los 5 primeros del circuito anterior tanto en
hombres como en mujeres).