domingo, 2 de agosto de 2015

Maratón de Madrid 2015


Aviso1: Esta crónica va a ser LARGA, así que pilla las palomitas y mentalízate a tirarte un cuarto de hora leyendo. Pero la ocasión, el evento, lo merece. Y si tienes MUCHO tiempo libre, quizá quieras leerte la crónica de mi anterior maratón, para entrar en antecedentes y obtener una mejor comprensión de la crónica actual.

Aviso2: Esta crónica es una ampliación de la que preparé para la revista Corricolari es Correr, aunque lógicamente esta es mucho más extensa y detallada.

Aviso3: La publico también bastante tarde dado que la maratón fue el 26 de abril y estamos ya en agosto, pero es que no he podido ponerme antes.

Resumo brevemente el entrenamiento, ya que al fin y al cabo es la parte más pesada. Baste decir que entrené bien la fuerza, que descuidé totalmente el entrenamiento de músculos específicos (lo que viene siendo “gimnasio”) y que acabé haciendo unos 60 km a la semana. Un total de 4 meses en los que compartí tiradas largas con Eco y con el Presi, con quien en principio correría la susodicha maratón. No es que fuese el mejor entrenamiento del mundo, pero al menos era suficiente. Y sí, al igual que en el entrenamiento de mis dos maratones anteriores, acabé hasta los huevos de tanto correr.

Dos días antes de la fecha, cuando ya estaba en la fase de descanso, me da un setazo en la ingle, algo que ya me había pasado y que al parecer es una microfractura en la inserción del cuádriceps. Algo que el médico me había dicho que no era grave, pero que tuviera cuidado al correr. Es decir, que estaba cagándome en todo y temiendo que tendría que abandonar al poco de comenzar.

Sábado 25. Dejamos al bebé con la abuela, montamos a la peque en su sillita, y allá que vamos en familia a Madrid. El viaje sin problemas, pero la cola para coger el dorsal es ESTRATOSFÉRICA. No estoy exagerando, el feisbuk del evento se llenó de quejas (aunque ahora que lo miro para poner el enlace veo que dichas entradas y comentarios han "desaparecido" misteriosamente), la cola era descomunal, y de hecho yo que no fui en hora punta tardé más de una hora en poder recoger el dorsal. Chicos de la organización, me parece muy bien que a raíz de lo del Madrid Arena se vigile mucho lo del aforo, pero dado que hay una barbaridad de inscritos, tened un poco de vista y montad la recogida en otro sitio, preferentemente al aire libre, y luego ya montaremos una expo comercial y un pasta party y un lo que os salga de los huevos, pero la gente que sólo quiera el dorsal y ya que no tenga que perder una hora y media de su vida sólo porque vosotros sois unos incompetentes sin vista. Fueron varios los comentarios que escuché en la cola de que “el año que viene no me vuelven a pillar”, y yo me sumo. Hasta que la organización no mejore considerablemente, yo no vuelvo.

Cogido el dorsal, otra buena cola para el pasta party, en el que los acompañantes tenían que pagar. Además como había un atasco monumental de nuevo debido a la falta de visión de la organización, estaban continuamente echando gente para que pudieran pasar más, por lo que tampoco podías relajarte o estar un poco tranquilo y a gusto. Lo dicho, suspenso para la organización.

La tarde es tranquila, hemos pillado un apartamento justo enfrente del parque del Retiro y dedicamos la tarde a “turistear” y a que la peque juegue en los muchos parques infantiles que hay. Hasta que empieza a llover. Mal asunto porque la previsión es lluvia. Por la noche cena abundante, prepararlo todo, y a la cama razonablemente pronto para dormir suficiente ya que habrá que madrugar.

El objetivo está claro: Bajar de 3 horas y media.
En mi primera maratón, Valencia 2011, oficialmente iba a terminar, pero en mi interior fantaseaba con hacerlo por debajo de 4 horas. Hice 3h 48m, así que muy bien (eufórico, de hecho, se puede encontrar una crónica que si bien no es mía casi como si lo fuera porque la hizo mi media zapatilla Alberto Rey).
En mi segunda maratón, Murcia 2013, iba a bajar de 3 horas y media, y lo conseguí pero no lo conseguí. Según mi reloj GPS cumplí con la distancia de Filípides en 3h 29m, pero la línea de meta la crucé en tiempo oficial de 3h 31m, ya que según mi GPS en realidad fueron 42 km 600 m. Creo que lo he conseguido, pero alguien pijotero me puede argumentar que los GPSs se agobian con tanto edificio y tanta vuelta y no miden bien y que lo que vale es la medida oficial homologada y blablabla.
Así que entre que lo del crono no está claro y que en esa maratón lo pasé MAL (me vuelvo a remitir a la crónica para que se pueda entender bien hasta qué punto sufrí), quiero primero bajar de 3h 30m en tiempo oficial de carrera para que no haya dudas y además disfrutar de la carrera, ya que en Valencia entré a meta en éxtasis y con grandes sensaciones y en Murcia al borde del colapso, y quiero que una maratón sea un recuerdo grato.

Y llega el gran día. Y está lloviendo. Una auténtica putada, porque si hace calor te preparas muy ligero, y si hace frío te abrigas, pero hace el típico día que no sabes si despejará y pegará el sol, si apretará y hará frío... vamos, que no tienes ni idea de qué ponerte. Tras varios minutos probando y cambiando, decido hacer un poco lo que veo en otros corredores: Casi todo el mundo va de corto, así que opto por ir de corto.

Tengo toda mi ropa probada y recomprobada, salvo las mallas. Resulta que en mis dos maratones anteriores el isquio derecho siempre me ha fallado y obligado a pararme y andar unos segundos, así que a poco de la fecha mi compañero y entrenador Paco Rebo me recomienda comprarme unas mallas de compresión. Me cuestan 30 eurazos, así que más vale que sean buenas. Pero no he podido probarlas en carrera debido a lo tarde que las compro, apenas en algunos entrenamientos de pocos km. Otro posible problema más.

Desayuno ligero dos horas antes, un par de visitas al baño a aligerar peso, y con mucho miedo por todos los problemas que arrastro y que pueden surgir vamos al punto de encuentro.

La cantidad de gente asusta. Vamos a correr con los de la media maratón y en total somos más de 20.000. De hecho, no encontramos a nuestros compañeros, así que la primera en la frente: El Presi, con quien iba a correr, está ilocalizable. Llamo por teléfono a Eco, que está con él, pero con el ruido no oigo nada. Creo entender que están por detrás de nosotros, así que a las malas no hay problema, nos pillarán, dado que el Presi tiene tendencia a dispararse (menuda media maratón de La Roda me dio). Estoy con Pepito, lo cual es bueno porque es muy regular en su ritmo, pero malo porque él quiere correr a 5, mientras que mi idea es correr a 4:50 para generar un colchón que me sirva si como es previsible al final me pega el tío del mazo (ya que en principio las 3 horas y media se consiguen corriendo a 5).

El día es malo, pero el ambiente es espectacular: Miles y miles de personas ansiosas, emocionadas, nerviosas, hablando, gritando, calentando, echando una última meada por algún rincón… pero en general de muy buen humor. Entre tanto, los voluntarios van por ahí con la vaselina para los despistados de última hora. Estás entre miles de personas, a lo lejos ves el cartel de salida, la adrenalina recorre tus venas, estás a punto de correr la prueba para la que tanto has entrenado.


Suena el disparo de salida y… no ocurre nada. Estoy en el cajón 3 (aunque había bastante poco control), así que pasan más de tres minutos hasta que andando al principio y trotando despacio luego cruzo la línea de salida. Ahora sí, ya no hay vuelta atrás, no hay lugar para dudas ni nervios, estoy enfrentándome a la carrera reina de cualquier corredor popular. ¡¡Vamos!!

Por cierto que la música me da una sorpresa. He preparado una lista de 60 canciones para ir escuchando, y aunque las he puesto para que suenen de forma aleatoria, el principio sale que ni pintado: Empieza con el mensaje de ánimo de mi hija para luego soltarme seguidas las tres canciones de Rocky (la propia de Rocky, la de The Eye of the Tiger y la de Burning Heart), para entonces, más o menos cuando decido calmarme, tocarme seguidas la de Wim Mertens y la de Devochka. Lo dicho, si lo hago aposta no me sale. Y sí, tengo una selección bastante heterogénea, de hecho, va desde la marcha turca de Mozart hasta algunos grupos de mi juventud como Offspring o Bad Religion, pasando por algunos “hits” modernos que conozco gracias a mis alumnos.

Como ya he comentado, la cantidad de gente es abrumadora, tanto que me resulta imposible coger el ritmo por mucho que vaya en zigzag buscando huecos. A veces pillo alguno y tiro pero enseguida me vuelvo a encontrar un tapón, así que hago el primer km a 5:30, es decir, ya acumulo retraso respecto a mi plan de batalla.

Pero no pasa nada, me tranquilizo y me calmo, son muchos kilómetros, hay tiempo para recuperar, y un principio lento sirve un poco de calentamiento. Me pongo a hablar con Pepito y avanzamos como podemos entre el gentío a 5 el km. Eso sí, por más atentos que vamos no vemos ni al Presi ni a Eco, aunque Pepito sí comenta que manda huevos la de camisetas amarillas que hay.

Ir fresco ha sido una buena idea, la lluvia fina no molesta y probablemente es mucho mejor que si el sol pegase fuerte. Lo único malo de la lluvia es que de tanto en tanto hay rejillas de ventilación que están extraordinariamente resbaladizas, pero pronto la gente aprende a evitarlas.

Llegamos al kilómetro 5 todavía subiendo la Castellana y decido que es hora de ponerse a ritmo si quiero cumplir mi objetivo. Tras comprobar que no hay problema me despido de Pepito y me pongo a 4:45 para recuperar el tiempo perdido, cosa que en realidad me resulta bastante sencilla ya que si el principio de la carrera era ligeramente cuesta arriba, ahora estamos lógicamente bajando.

Ahora que voy solo me fijo más en la gente, y dado el estupendo ambiente, somos varios los que vamos intentando animar un poco la cosa con comentarios y/o ocurrencias. Intercambio unas frases con un chaval que llevaba una camiseta de Staff (dato muy importante, lo sé, pero ea, ya que la hago larga, que sea detallada, al fin y al cabo, tengo varios amigos corredores a los que he conocido por chorradas de estas en una crónica, que nos han permitido reconocernos mutuamente y ponernos en contacto).

Pese a llamarse Rock ´n´Roll Marathon, las bandas de música se hacen esperar, y no es hasta estar ya bajando la Castellana que aparece la primera. Desde aquí mi apoyo a todas ellas, ya que unas más y otras menos todas animaban bastante el evento y daban fuerzas al personal.

La carrera sigue siendo en general con una ligera pendiente en descenso, así que no es difícil llevar un ritmo cómodo. Además no me canso de decirlo, el ambiente es un señor ambientazo, todo el mundo está de buen rollo, y en poco tiempo me hago amigo de un trío de corredores madrileño que está intentando hacer el mismo tiempo que yo pese a que para uno de ellos es la primera maratón. Y aparte recibo un golpe extra de moral cuando hacia el km 10 pasando un puente adelanto nada menos que a Chema Martínez (que obviamente está casi de paseo, pero no deja de ser un subidón ir más rápido que un campeón (al parecer su presencia tiene que ver con el tema patrocinadores)). Tras unas palabras con él (muy majo) me tomo el primer gel energético (voy a ir a 4 geles, aunque me han recomendado sólo 3) y sigo tirando. Resulta que además iba con un actor, pero admito que ni lo reconocí ni me di cuenta en realidad. No soy de ver la tele, así que no tenía ni puta idea de quién es, pero tras leer varias crónicas en las que lo mencionaban, busqué y resulta que es alguien a quien odio porque por lo visto se puso de moda hace unos años gracias a una de las series esas para críos que ponen en Tele5 y Antena3 y gracias a eso lo cogieron para doblar junto a la “actriz” también de moda a los protagonistas de Simbad, película de animación que me encanta y que estos dos engendros destrozan con su patético doblaje, especialmente en las escenas en las que comparten secuencia con otros personajes, doblados por actores de voz profesionales de verdad, y que hacen que la cosa resalte todavía más. No me acuerdo del nombre, sólo del apellido, Muñoz (por razones obvias), pero vamos, que espero que se cansase mucho.

A partir de ese km 10 decido bajar y ponerme a 4:50, el ritmo deseado, ya que creo que los 5 km a 4:40 han compensado el ir los primeros a 5 y tampoco quiero pasarme, que aunque ahora mismo me encuentro bien, la carrera es muy larga.

Llegamos al km 13, donde nos separamos de los que corren la media maratón, y aunque en algún momento pienso que ahí va a empezar a ser algo más solitario el tema, nada más lejos de la realidad. No en vano hay 15.000 inscritos a la maratón.

Aquí viene una sorpresa, y es que de pronto veo a Pepito unos metros por delante de mí. Me despido de mis nuevos amigos (espero que lo consiguieran) y pego un acelerón para pillarlo. Ignoro cómo me ha adelantado dado que él se supone que iba a ir a 5 y yo he estado yendo a una media de 4:40 (que aunque es más del ritmo previsto, recordemos que iba cuesta abajo). De hecho, los siguientes km me lleva a pijo sacado, por debajo de 4:40, siendo la primera vez que me cuesta mantener el ritmo, aunque él insiste en que vamos a la velocidad adecuada, y tengo que confiar dado que es uno de los corredores más sólidos de mi club.

Ya no llueve, o quizá es que ya me he acostumbrado y no me doy cuenta. Sea como sea sigo sin notar frío y corriendo cómodo y a gusto, y como además el recorrido sigue picando hacia abajo todo el mundo parece contento y feliz (salvo un breve momento en el que ante gritos de protesta vuelvo la cabeza y veo nada menos que un coche; ignoro el origen de la historia, si salió de un garaje o estaba aparcado, pero no deja de resultar cuando menos chocante. Sea como sea la conductora pronto cogió una calle lateral y salió del recorrido).

Los kilómetros siguen pasando, y tras tomarme el segundo gel (creo que más o menos me los tomé en el 11, 20, 28 y 35) pronto llegamos a lo que parece una verdadera ruta turística: La Gran Vía, la calle Preciados, la Puerta del Sol, el Palacio Real, la Plaza de España… Todo justo antes del ecuador de la prueba, como dejándote disfrutar antes de que empiece el “sufrimiento”.

Que vaya si empieza. Pero no adelantemos, sigamos detallando.

Pasamos por la pancarta de la media maratón con más de dos minutos de colchón sobre el tiempo objetivo, y además de la lógica alegría me sentía fuerte tanto física como mentalmente, pero justo en ese momento de pronto Pepito desaparece, así que me quedo definitivamente solo (porque la gente ya no habla tanto). Tampoco es grave, lo esperaba, me había hecho a la idea de que como mínimo los 10 km finales los haría solo, así que esto sólo adelante un poco la cosa. No negaré que también soy de los que cree que al menos una parte de la maratón la tienes que afrontar en solitario.

Así que, como estaba previsto, me pongo a pensar en mis cosas y a darle a la cabeza, pues como siempre he preparado toda una serie de estrategias mentales y temas para pensar y recordar para irme distrayendo, alegrando, cabreando o lo que crea que mejor me va a ayudar a sobrellevar la carrera. En estos momentos suenan Titanium y alguna de Avicii. La cosa más o menos funciona y sigo bien, pero pasado el km 25 la ruta empieza a dejar de picar hacia abajo y empieza a hacerlo hacia arriba, especialmente en la Casa de Campo, donde hay una cuesta que si bien es cortita tiene mucha pendiente, y te recuerda que empieza la parte más dura del trazado (de hecho mucha gente la está subiendo andando).

A partir de este momento empiezo a ser consciente de los patinadores con vaselina y réflex. Hasta ahora había visto alguno ocasional pero ahora empiezan a ser frecuentes. Lógico, ya que también empieza la parte más dura. Además aunque no lo haya mencionado los avituallamientos están muy bien, y salvo los primeros porque con tantísima gente es imposible, en general están muy bien surtidos y resultan más que suficientes y accesibles.

Hasta ahora, y salvo algún km puntual, he ido siempre por debajo de 5, pero a partir de aquí me pongo a 5 e incluso algún km a más. No recuerdo si lo hice por previsión en plan “ya llevo colchón ahora voy a ponerme a ritmo objetivo para no desfondarme”o simplemente surgió así porque sí, porque el trazado se endureciera o algo.

Me noto los gemelos totalmente cargados, es muy posible que sea una sobrecarga, algo que ya me pasó durante el entrenamiento, aunque precisamente por eso sé que ese sería un problema “para mañana” y por lo tanto ahora mismo no me afecta mucho. Mucho peor son los isquios, que sí han sido históricamente un problema para mí y que hace rato que me han hecho notar que están al acecho (luego volveré sobre esto).

También ando un poco jodido porque no consigo encontrar ninguna referencia. No veo los globos de los tiempos por ninguna parte, ni delante, ni detrás... nada. Posteriormente oí que por lo visto es que habían pinchado, lo cual me parecería otro gran fallo de la organización.

El ambiente sigue siendo bueno, pero ahora la gente ya no bromea tanto como antes, yo el primero, pues si durante la primera media maratón iba hablando con la gente y sumándome al jolgorio general, ahora ya apenas puedo subir el pulgar hacia arriba para agradecer al público sus ánimos y chocar ocasionalmente las manos de los chavales que las ponen (cuando antes yo también aplaudía y daba las gracias). Inciso aquí para quitarme el sombrero ante el público madrileño, pues con un día bastante feo la gente no dudó en salir a la calle y animar sin descanso a los miles de corredores que en realidad les estaban cortando calles y complicando el día. Alucinante.

Pero sigamos con la carrera. Me tomo mi tercer gel en la Casa de Campo gracias a un corredor que pasaba en ese momento a mi lado y que me sujeta amablemente mi botella mientras abro el gel, aunque no puede evitar preguntarme “¿pero tío, qué llevas aquí?”, pregunta más que razonable si tenemos en cuenta que como en todos los macroeventos he salido con mi “poción mágica”, esto es, Gatorade del azul (que en ocasiones menos importantes suele ser de la marca Hacendado (la del Mercadona, vamos)) mezclado con RedBull (en realidad de la marca Mercadona (el gatorade sí lo era porque leí que en los avituallamientos eso sería lo que me darían y como a mitad de botella iría rellenando no quería mezclar)). Pero vamos, que os hacéis una idea de lo que sale cuando mezclas un líquido azul con otro así como dorado, normal que el muchacho se extrañara de verme con una botella con un líquido como lila.

Salimos de la Casa de Campo hacia el km 30, y entre que cruzo ese km 30 con unos 4 minutos de margen sobre mi tiempo objetivo, que acabo de tomarme el tercer gel y que justo en ese momento vuelve a haber un ligero descenso, voy con la moral a tope. Pero prudencia, ahora viene lo peor, y aunque estoy animado, estoy esperando que venga el tío del mazo.

La parte final de la carrera es cuesta arriba y aunque no es una gran pendiente se nota (no en vano llevas ya 30 km en las piernas), de manera que mi ritmo baja, pero me encuentro bien, de hecho dada mi experiencia en mis dos anteriores maratones creo que no me ha dado el famoso muro (o al menos hasta ese momento no).

Toca el último esfuerzo. Pasamos el estadio Vicente Calderón y empieza la parte final, la más dura, la que más pendiente tiene, y encima con ya 35 kilómetros a las espaldas. Para colmo empieza a llover con fuerza, y cada paso que das notas los calcetines totalmente mojados, como si cada zancada pisaras un charco (de hecho al principio la gente los evitaba, pero ahora ya parece que a todo el mundo le da igual dado que lleva las zapatillas empapadas). Viendo el registro de mi maratón aquí se ve claramente un bajón, de manera que tras haber ido manteniéndome en 5 aquí me pongo de golpe en 5:12 (en cualquier caso, sigo pensando que no me dio el muro, y que este bajón es simplemente consecuencia de la carrera en sí).

Sigo bien, con muy buenas sensaciones y disfrutando, pensando “joder, no parece una maratón, me lo estoy pasando bien”, especialmente cuando en un gimnasio nos ponen “Carros de fuego” de Vangelis (aunque lógicamente era otra de las que tenía en mi selección) y recorro ese tramo en plan brazos abiertos y vista al cielo (otro aplauso para esa gente, gimnasios, tiendas y otros establecimientos, que sin obligación ni necesidad también pusieron todo lo que pudieron de su parte por animar), y sigo pensando que no me ha dado el muro, pero aunque creo que podría apretar un poco, mi entrenamiento si bien ha sido suficiente dista mucho de haber sido bueno, y dado que desde más o menos el km 32 mis isquiotibiales han pasado de estar al acecho a mandarme mensajes claros (en mis dos anteriores maratones mi isquio derecho siempre me ha fallado y obligado a bajar el ritmo) y mis gemelos tampoco están para una juerga, decido tener cabeza y, aunque el ritmo que creo que puedo llevar y la marca del km 30 me hacen soñar con 3h 25m, centrarme en cumplir mi objetivo principal. Si lo consigo ya habrá tiempo para nuevas metas.

Pasamos por el Museo del Prado y de nuevo por Cibeles (que es donde estaba la salida), pero sinceramente casi ni me doy cuenta, ya que aunque sigo con la moral alta y convencido de que ya no me va a pillar el tío del mazo, sigo preocupado porque tengo las piernas al límite y, además, ya van más de 38 km y se nota. Tanto que de hecho me empiezo a preocupar porque he bajado bastante el ritmo (voy a 5:12) y las matemáticas (o al menos las mates de las que era capaz en esas condiciones y la cabeza en ese estado) me dicen que si consigo mi objetivo va a ser por cosa de escasos segundos.

Sin embargo es un hecho que sigo bien, porque si en mis anteriores dos maratones, en las que sí me dio claramente el muro, el cartel del km 40 tuvo un efecto mágico en mí, en plan “2 km te los haces aunque sea a rastras”, que me permitió “resucitar”, ahora es simplemente un cartel de distancia más, sin que tenga más efecto en mí que decidirme a despedirme de mi fiel botella y finalmente echarla a un contenedor (tras, como manda la tradición, darle un beso y las gracias por los buenos servicios prestados).

Aquí viene una de las sorpresas de la carrera, y que requiere otro párrafo más a modo de inciso explicatorio (total, de perdidos al río). Resulta que esa mañana, conforme nos íbamos levantando para desayunar, a eso de las 5:30, vemos en el grupo del club un guasap de una compañera, Nuria, diciendo que igual se pasaban a vernos. Lógicamente, todos pensamos que era una coña, que se estaba acostando a esas horas con varias cervezas de más y había soltado la ocurrencia. Pues no. Resulta que ella y Ramón habían ido de verdad a ver la maratón.

Así que como ya he dicho una más que grata sorpresa cuando a eso del km 41 me los encuentro que salen de entre el público con su ropa de calle y se ponen a escoltarme, incluso protegiéndome de la lluvia con un paraguas. Ese detalle me demuestra que en realidad estoy bien porque hasta me permito bromear y decir que muchas gracias pero que donde llevo 3 horas mojándome unos minutos más tampoco iban a marcar ya la diferencia. De todas formas, tras una breve charla les digo que si les importa que no hable mucho, porque por muy bien que vaya, llevo más de 40 km y estoy bastante al límite, de hecho de toda esa parte de la carrera no me acuerdo demasiado bien, las otras dos únicas cosas que recuerdo es por un lado que hacia el 38 pensé “pues si esto se acabara ya tampoco me iba a importar demasiado”, y la otra que aunque en general voy en todo momento adelantando, también de vez en cuando pasa alguno que me supera (esto viene para los que hayáis leído la crónica de la de Murcia y mi sorpresa cuando en pleno muro y a punto de morir no sólo no me adelantaba nadie sino que yo adelantaba. Claro que también es verdad que dicha maratón la corrimos 2500 personas y esta de Madrid tiene más de 15000). Por cierto, que uno de los que me adelanta es el tipo de la camiseta de Staff que mencioné al principio.

Tras un breve acompañamiento giramos una última curva antes de llegar al parque del Retiro, la calle se estrecha y Ramón y Nuria cesan en su escolta para no estorbar a otros corredores. Muchísimas gracias, de verdad que fue un detalle y que me hizo abstraerme durante unos momentos del cansancio y del palizón que ya empezaba a ser la cosa.

Y entonces llega el momento mágico, ese en el que cruzas el cartel que indica el km 42, ese momento en el que ya estás seguro de que vas a llegar al final aunque sea arrastrándote. Y menudo final, el Parque del Retiro y encima cuesta abajo, con el paseo de entrada a meta totalmente abarrotado de espectadores (probablemente la mayoría familiares, pues no deja de estar lloviendo y haciendo mal día).

Veo a lo lejos la meta cuando mi reloj marca 3 horas y 28 minutos, así que empiezo con la ristra de dedicatorias (esta vez un poco antes porque en la llegada a meta me gustaría estar atento a ver si veo a mi peque animándome) porque está claro que mis matemáticas estaban tan mal como mis piernas y lo voy a conseguir con incluso un pequeño margen, por lo que me relajo y me dejo llevar. Y ese es el momento que mi isquio derecho estaba esperando. En cuanto aprieto un poco en plan euforia de llegada a meta (y también por inercia porque todo el mundo está apretando en plan sprint final) me pega el latigazo que tan bien conozco de mis dos maratones anteriores. Pero ha llegado tarde, y aunque se me agarrota y se me queda como una piedra, sin estirarse o encogerse, lo hace cuando estoy a escasos 50 metros de la meta, por lo que simplemente por inercia llego sin problemas con los brazos en alto y grito de victoria.

Al final no vi a nadie, era una marabunta de gente, con paraguas y capuchas, y además estaba toda la sobresaturación sensorial de una llegada a meta, así que finalmente entré en modo burro y simplemente vi lo que tenía delante, esto es, la meta.

No intentaré explicar la sensación que sientes al cruzar la meta y cuando te ponen la medalla porque sencillamente es indescriptible y además muy personal para cada uno, es algo que tienes que vivir tú mismo, pero supongo que imagináis que es algo verdaderamente especial y que desde luego para mí esa sensación hace que haya valido la pena todo el esfuerzo y sacrificio.



Pero la realidad pronto te quita la euforia de un bofetón, y es que tras ir un rato flotando entre fotos y sensaciones, te das cuenta de que sigue lloviendo y haciendo frío, y ahora no estás corriendo y para colmo has perdido varios miles de calorías, así que aunque algunos corredores se quedan en el recinto post-carrera, la mayoría se van tiritando y con unos andares tipo robocop hacia sus hoteles, casas, coches, o abrigos guardados por familia o guardarropa.

Yo estoy en el “photocall” (aunque luego las fotos no estaban por ninguna parte, y de todas formas a ese precio ROBO de marathon photo ni de coña las hubiese comprado, ya pagué la novatada en mi primera maratón, ahora ni de casualidad pagaría los creo que eran 20 o 30 euros por foto, máxime cuando las fotos eran una auténtica basura) cuando veo pasar a Pepito, que también ha hecho un tiempazo. Del Presi y Eco no sabemos nada de nada (posteriormente, lógicamente, todos van informando).

Como colofón final, el informe de daños es extraordinario: No tengo ampollas, no tengo uñas negras, no me duele absolutamente nada en los pies; simplemente tengo los cuádriceps algo tocados y dando a entender que al día siguiente voy a subir las escaleras de forma rara. Mucho mejor de lo que me esperaba (de hecho apenas me resentí un poco al día siguiente, porque ese mismo jueves salía para un viaje de una semana con avión incluido y aunque tenía miedo de viajar con secuelas debido a la maratón el domingo ya digo que para el martes estaba prácticamente al 100%).

Durante la post-carrera también toca el análisis, aunque pequeño porque el objetivo se ha cumplido (he entrado con tiempo oficial 3h 29m 12s, es decir, casi un minuto de margen (aunque lo que comentaba de los GPSs: Según mi Garmin, he recorrido la distancia de Filípides en 3h 26m 52s, dándome una distancia total para la maratón “oficial” de 42km y 610m)), otra cosa hubiera sido si no lo hubiera cumplido, entonces habrían tenido mucha más importancia los “y sis”. ¿Y si sí hubiera encontrado al Presi? ¿Hubiéramos ido mejor en pareja animándonos mutuamente o el probable ritmo más rápido habría hecho que me petara el isquio? ¿Y si en la salida no me hubiera pillado ese pedazo de tapón? ¿Habría terminado con incluso otro minuto de margen o el empezar más rápido habría hecho que me agotara antes y sí me pillara el tío del mazo? ¿Y si sí hubiera apretado un poco? ¿No habría pasado nada o los isquios sí me habrían reventado (aquí me ayuda mucho el latigazo final, como dándome a entender que hice bien en ser prudente pues sí que tenía las piernas al límite límite)? Etc etc etc.

En fin, voy a terminar que llevo más de 5000 palabras y eso es pasarse hasta para mí. Cada cual termina el día a su modo, pero no me cabe duda de que la inmensa mayoría de los más de 12.000 finishers lo hacen con una sonrisa de oreja a oreja. Yo por lo menos sí lo hice, pues para mí este día, este maratón, será siempre un gran recuerdo.

Para terminar, dejo el enlace al registro de la maratón, por si alguien tiene curiosidad.