Sé que llevo un retraso bestial en
cuanto a crónicas, pero me parece que ésta merece un trato
especial, ya que al fin y al cabo la maratón es la carrera reina
para todos los que nos dedicamos a esto de correr. Eso sí, esta
crónica va a ser LARGA, que al fin y al cabo son 42 km (de hecho me
han salido justo 4200 palabras, 100 por cada kilómetro, ¿casualidad
o destino?) y son muchas las sensaciones, emociones y errores a comentar.
Admito que yo no tenía ganas de correr
una maratón, acabé más que satisfecho de la única que había
corrido, en Valencia en 2011, cuando no llevaba ni un año corriendo,
muy mal entrenado en mi inexperiencia y muy bien acompañado y
asesorado durante la carrera por mi media zapatilla Alberto Rey. Pero
ante la insistencia de mi hermano y dado que no sólo la terminé
sino que lo hice en lo que me parecía (y me sigue pareciendo) un
tiempazo (3 horas 48 minutos 30 segundos), admito que aunque
recordaba el entrenamiento como un coñazo la sensación de felicidad
y euforia al cruzar la meta compensaba de sobras todo lo demás.
Así que allá que me lancé, esta vez
ya con más de dos años de experiencia en las piernas, más
conocedor del mundillo y bastante bien asesorado. Por no mencionar
que para las tiradas largas esta vez en lugar de tener que comérmelas
solito contaba con el más que recomendable grupete de los Gastro.
Obviaré los 3 meses de entrenamiento,
con altibajos debido al verano y la feria, baste decir que igualmente
acabé hasta los mismísimos de correr, ya que llegué a entrenar más
de 60 km a la semana, teniendo para ello que recurrir a cosas como ir
y volver del trabajo corriendo. De hecho, quizá fuera demasiado,
porque llegué a la maratón con las piernas bastante tocadas. Pero
es que el objetivo autoimpuesto, correr la maratón por debajo de 3
horas y media, lo exigía.
Al contrario que la inmensa mayoría,
yo no voy a Murcia el sábado, sino que hago noche en Hellín con mi
hermano y nos vamos de allí a Murcia el domingo por la mañana. Allí
hemos quedado con Juan, un amigo común con el que ya corrí en la
media de Hellín y que está bastante bien preparado.
Por diversas circunstancias llegamos
bastante pegados de tiempo, razón por la cual apenas podemos
calentar medio kilómetro. Aunque el principal problema es que llego
sin tiempo para localizar a Fernando, el que va a ser mi compañero
de penurias durante la carrera. Afortunadamente, como tampoco somos
tantos subiéndome a una valla consigo que me vea. Estamos más o
menos bien colocados y listos para la hazaña.
Suena el disparo, mentalización a
tope, adrenalina a tope, gritos eufóricos y allá vamos. En apenas
medio minuto estoy cruzando la salida, y los nervios se me notan en
el hecho de que voy cruzándome a diestro y siniestro con tal de
ganar espacio y velocidad. Afortunadamente gente más experta que yo
me recomienda relajarme y tomármelo con calma que quedan muchos
kilómetros por delante, así que hago caso y me acoplo al ritmo
general, de manera que Fer y yo simplemente vamos ganando velocidad
conforme el pelotón se va estirando.
De momento empezamos de forma
espléndida, a 4:55, lo cual entra dentro de mis planes, que son
correr más o menos a 4:55-5 al principio, a 4:50 desde el 5 hasta el
20, y luego aguantar a 5 o si puede ser un poco menos todo lo que se
pueda, para que cuando al final fallen las fuerzas tengamos margen de
tiempo (sí, lo sé, si te dosificas bien no tienen por qué fallarte
las fuerzas, pero francamente, yo no tengo nivel ni capacidad para
correr así una maratón).
Todo va según el plan, vamos tan
felices de charleta entre nosotros y con la gente con la que nos
vamos encontrando sin notar el esfuerzo, quizá demasiado, ya que en
mi otra maratón Alberto fue bastante prudente y me paró los pies
muy a menudo, pero ahora el “experto” soy yo, y aunque en ese
momento no soy consciente, está claro que he salido con demasiada
confianza en mí mismo. Al fin y al cabo, ya había corrido una
maratón, es decir, ya sabía que era capaz, así que no terminarla
jamás cruzó mi mente, mi único miedo era no ser capaz de cumplir
el objetivo que me había marcado. Los expertos ya estáis viendo el
punto: Le había perdido el respeto a la maratón, y la maratón me
lo haría pagar caro. Pero no adelantemos acontecimientos.
De momento la carrera bien, vamos por
calles anchas y pese a la hora hay bastante animación, con especial
mención a las chicas disfrazadas que hay con un speaker en algún
punto concreto que no recuerdo porque ni conozco Murcia ni recuerdo
la carrera hasta ese punto.
Los primeros kilómetros son como los de cualquier otra carrera: Vas bien, te sientes fuerte, estás de charleta y relajado...
Las piernas me van molestando. Tengo el
muslo derecho y la rodilla izquierda bastante mal. Son dolores que ya
llevaba tiempo arrastrando, creo que porque como he dicho al
principio he entrenado más kilómetros de los que mi cuerpo puede
asimilar. Pero no son dolores nuevos, los conozco y creo que puedo
con ellos.
De pronto Fer y yo nos encontramos al
lado de Belén Barba, del club Hellín, y de lo que parece su
entrenador. Ya compartimos bastante carrera con Belén en la reciente
media de Hellín, y tras intercambiar unas palabras con su
entrenador, decidimos que son una gran referencia, ya que quieren
correr más o menos a 4:50, es decir para terminar en algo más de
3:23.
Primer fallo gordo: Permitirme una paja
mental de las mías. No contento con conseguir lo de las tres horas y
media, que sería todo un logro dado mi historial, el verme tan
fuerte cuando ya llevamos unos cuantos km me lleva a hacer mío su
objetivo, y empiezo a soñar con terminar no en tras horas y media
sino por debajo de 3:25.
La cosa va tan bien que casi se me
olvida tomar el gel, pero pasado el km 11 empiezo a prepararlo todo y
poco antes del 12 de lo tomo (el plan es tomar en el 12, en el 24 y
en el 36). En general vamos rodando a ritmos en torno a los 4:50, así
que todo genial. De hecho, la media maratón la pasamos en menos de
1:43, es decir, llevamos más de 2 minutos sobre el tiempo objetivo,
lo que significa que a partir del km 30 podríamos ir incluso a 5:05.
Aunque pese a la alegría de saber que vamos cumpliendo objetivos al
cruzar no puedo evitar pensar “puf, aún queda la otra mitad”.
La confianza a tope es importante, aunque en exceso puede llegar a ser perjudicial...
Parte del plan pasa por ir siempre
delante del globo de 3:30, algo que Fernando y yo hicimos en los
primeros kilómetros a petición mía (aunque para ello ese km
tuvimos que hacerlo a 4:30, el más rápido de la maratón). El
problema es que en una de las avenidas largas con giro, de esas en
las que te pasas un buen rato viendo primero a los que llevas delante
y luego a los que llevas detrás, no consigo ver el globo detrás de
mí, y eso no puede ser porque tampoco vamos tan bien. Preguntando un
corredor (creo que nuestro nuevo amigo Julián (con dorsal 999), que
también compartió varios km con nosotros) nos dice que es que han
pinchado el globo, así que ya no tenemos esa referencia.
Por cierto que esos puntos de encuentro
me permiten ver que todo va según lo planeado. Delante de mí, muy
por delante, va el Segur, ídolo Keniata y estela imposible de
seguir, luego veo a varios Quijotes, a Fran Oliva... Luego vamos
nosotros, así que bastante bien, y por detrás van pasando Mancebo,
mi hermano, casi todos los Gastros (¿Carrillo va sin camiseta o es
que el sol ya me está empezando a afectar?)... Vamos, que la cosa
bien.
Durante el trayecto hay patinadores con
Reflex, y aunque no soy partidario de esas cosas y además nunca lo
he hecho, nuestro compañero 999 se echa y me comenta que daño no me
va a hacer, que es antiinflamatorio, y dado que los dolores de las
piernas no han remitido decido probar suerte. Para bien, pues al
momento el muslo deja de dolerme y la rodilla me molesta menos, con
lo que genial, parece que he encontrado solución a lo único que iba
mal.
A partir de la media maratón Belén y
su entrenador se nos empiezan a ir, pero no me preocupo, sé que no
voy a poder ir a esas velocidades toda la carrera y no le doy mayor
importancia mientras los mantengamos en la visual. Fer está de
acuerdo, así que aunque como digo se van yendo, realmente se alejan
muy poco a poco. Km 24, toca segundo gel.
Todo va bien. Demasiado. Y empiezan los
problemas. Los dolores de las piernas vuelven, y multiplicados. La
rodilla me duele tanto que empiezo a pensar que quizá tenga que
parar, porque además justo en ese tramo no aparece ningún
patinador. Sin embargo, digo que una maratón sin sufrir no es
maratón y sigo adelante, y al cabo de unos cuantos cientos de metros
el dolor remite y se mantiene estable en un grado soportable. Pero
eso no es nada comparado con la sorpresa del km 26: Fer me dice que
no puede, que le ha dado un bajón y que siga adelante.
Pero 42 kilómetros son muchos, y al final el cansancio, la duda, la soledad y en general todos esos grandes "amigos" del corredor acaban haciendo acto de presencia.
Había asumido que no acabaríamos la
carrera juntos, que a partir del 30 en algún momento las fuerzas
estarían demasiado desiguales y que nos separaríamos, de hecho
dando por supuesto que sería él quien me dejara ya que corre más
que yo, así que que sea él quien flojea antes me pilla por
sorpresa. Tras asegurarme de que realmente no puede seguir y que no
le importa que yo siga nos despedimos, y aquí cometo un nuevo pecado
que la maratón me haría pagar, le suelto nada menos que: “mantenme
en la visual, que eso será más o menos ir a 5 y así sobra, que
tenemos margen”. Manda cojones, daba totalmente por hecho que
cumpliría mis previsiones y que aguantaría unos cuantos kilómetros
más a esas velocidades para luego ponerme a 5 y terminar así. Yo
mismo soy consciente de lo creído y fantasma que suena eso, así que
imagino que él y cualquiera que lea esto pensará que soy gilipollas
perdido (y con razón).
Sin embargo, por el momento parece que
todo se va a cumplir según mis predicciones, pues aunque ahora la
cosa ya va costando, me sigo manteniendo más o menos a 4:55, y
además durante al menos un par de km siempre que echo la vista atrás
veo ahí a Fer.
La segunda gran sorpresa me la llevo
cuando pasado el km 30 aparece el tío del mazo y me pega de lleno en
toda la cocorota. Como en mi otra maratón me dio más o menos por el
34, no lo esperaba hasta entonces. Pero no pasa nada, esto entraba
dentro de las previsiones, sabía que era posible que me diera un
poco antes, al fin y al cabo sólo son unos pocos km de diferencia,
contaba con sufrir al final, no importa si lo hago un poco más.
La maratón no perdona, y aunque podría
explicaros con pelos y señales lo que es el muro ya que cada curso
explico en clase los procesos metabólicos implicados, esta crónica ya es suficientemente larga, así que baste decir que su nombre de "muro" o "tío del mazo" le hace justicia. Como digo me
había claramente sobreconfiado y sobreestimado, y lejos de poder
aguantar a 5, a partir de ahí ni siquiera consigo 5:05, voy a 5:10 y
costándome, tanto que en el 31 o 32 me tomo un vial de agua con
glucosa que llevaba precisamente por si había alguna emergencia en
plan notarme justito de fuerzas (que es precisamente el caso). Lo
gracioso es que sigo teniendo a la vista a Belén, por lo que o esto
entraba dentro del plan o está tan jodida como yo, opción que coge
fuerza por el hecho de que de pronto el entrenador se empieza a
quedar a un ritmo alarmante.
Estoy preocupado por ir más lento de
lo previsto, pero no me obsesiono ya que en principio tengo margen
suficiente, aunque ahora ya voy a llegar bastante ajustadito. Sigo
confiado. Sigo sin respetar a la maratón, y ahora ya sí que me lo
va a hacer pagar: En el km 34 me da un tirón que me deja en el
sitio.
Es fulminante, me estaba echando reflex
en la chepa y le iba a echar a otro corredor que me lo había pedido
(de verdad que lo siento, colega, lo habría hecho encantado, pero en
serio que la pierna me dejó clavado (se lo expliqué cuando me quedé
parado y él se fue alejando sin que le hubiera echado, espero que me
creyera y no pensara que me estaba quedando con él)), y el bícep
femoral derecho se me transforma en piedra. Lo tengo totalmente
agarrotado, me paro, estiro, y tiro trotando como puedo a ver si se
me pasa. Así es, poco a poco el músculo me responde y, aunque me
duele, puedo seguir.
Pero el daño está hecho: Primero voy
más lento por precaución, y segundo se me ha metido el miedo en el
cuerpo. De pronto los objetivos, las marcas, etc, dejan de tener
sentido. No puedo cumplir nada si no termino la carrera, así que le
suplico a mis piernas que por favor aguanten. En mi primera maratón
me pasó lo mismo, de hecho en el mismo músculo, el mismo que
también se me sobrecargó durante el entrenamiento (debo de tener
algún problema en ese músculo concreto, porque no es normal que
cuando me pasa algo sea siempre en el mismo sitio), pero en Valencia
fue pasado el km 40, cuando me dio el subidón de ver lo cerca que
estaba y apreté, y sabía que menos de 2 km los podía hacer aunque
fuera andando. Ahora no, ahora ha sido en el 34, y aunque también
podría terminar andando, sería más de una hora, con lo que puedo
despedirme de cualquier marca o resultado positivo.
Parece que las piernas responden,
aunque el parón ha llevado a que ahora lleve justo detrás al globo
de 3:30 (han reconvertido el de 5:30). Pero aún voy delante, y
además el que lo lleva cada poco tiempo grita “vamos 40 segundos
por delante del tiempo objetivo”, lo cual me tranquiliza un poco,
ya que significa que todavía voy más o menos un minuto por delante
del objetivo. Además parece que la suerte me sonríe y apenas un km
más adelante aparecen patinadores, así que les pido el reflex.
Craso error, al parecer la postura forzada para echarme en la parte
trasera del muslo termina de joderme el músculo. El dolor es
insoportable, me paro e intento estirar pero el dolor sigue, apenas
puedo andar y cojeando.
Para mí es claramente el punto de
inflexión de la carrera, debo tomar una decisión. Y lo hago.
Probablemente una de las más estúpidas de mi vida. Soy incapaz de
reproducir lo que pasó por mi mente, pero el resultado fue negarme a
que mi cuerpo me fallara, dije que allí mandaba yo y que ordenaba a
las piernas seguir como fuera.
Insisto, fue una muy mala decisión, lo
que tendría que haber hecho, y lo que tendríais que hacer vosotros
en esa situación, es parar. Más vale abandonar hoy y correr otra
maratón mañana que arriesgarte como hice yo, pero en aquellos
momentos no tenía la cabeza para decisiones lógicas.
Sinceramente, no sé cómo fui capaz de
seguir, el globo de los 3:30 estaba notablemente delante de mí (así
a ojo como a medio minuto), las piernas me picaban en todas partes
dándome a entender que estaban al límite y que iban a volver a
petar a la mínima, y yo estaba totalmente desmoralizado. Pero pese a
ello seguí. Eso sí, prácticamente a 5:20.
Poco antes del km 36 me tomo el último
gel, en principio uno especialmente pensado para los últimos 5 km de
la maratón, con la esperanza de que eso me resucite, pero
francamente, no noto ninguna diferencia.
Había preparado toda una serie de
estrategias para conseguir energía y fuerzas cuando me pegara el
bajón, que si pensar en cosas que me cabrean para que me diera el
subidón de adrenalina, que si cambiar el paso a mi modo “saltos”,
y un largo etcétera, pero nada da resultado, estoy realmente a
niveles básicos mega básicos, y no sólo no soy capaz de pensar en
nada sino que apenas soy capaz de repetir una y otra vez en mi cabeza
el estribillo de una canción (no recuerdo cuál, pero creo que era
una de las infantiles de mi hija). Otra buena muestra de hasta qué
punto estoy bajo mínimos físicos y mentales es que en el último
paso por el puente (creo que por el km 38 o así) me despido de mi
botella (que llevaba desde el principio con mi “poción mágica”
y que había ido rellenando en cada avituallamiento), le digo que ha
sido una gran compañera, que ha cumplido su misión, le doy un beso
y la dejo cerca de un contenedor para que pueda seguir su camino en
el inexorable transcurrir del universo. Sí, sé que suena muy chorra
y que os estaréis riendo de mí, pero me parecía importante
mencionarlo precisamente porque aparte de servir para ver lo mal que
estaba, en su momento fue una de las cosas que me permitió
abstraerme del suplicio que era la carrera.
Sinceramente, me siento totalmente
incapaz de describir el sufrimiento y la agonía de esos kilómetros
finales. Cada paso es una tortura, cada mirada al reloj una puñalada
en el corazón. Sólo otra vez en mi vida me había planteado
abandonar (en la parte final de mi primer triatlón de Agramón, con
40 grados a la sombra y tras no haber sabido administrar mis
fuerzas), pero ahora me lo estoy volviendo a plantear, pues ya
empiezo a pensar que qué necesidad tengo y que habrá otras
oportunidades.
Pero no, quizá no haya más, el futuro
es incierto, el presente es aquí y ahora. Voy a terminar. Pero
aunque no abandono, sí que me rindo. Decido que si en lugar de
terminar en 3:30 termino en 3:35 tampoco es el fin del mundo.
De hecho, lo verdaderamente asombroso
es que pese a ir a 5:20 y realmente jodido no, lo siguiente, no me
está adelantando absolutamente nadie, más bien al contrario, soy yo
quien va adelantando gente, y los laterales de la calle están
bastante frecuentados por gente que va andando. Es decir, por
increíble que parezca hay gente todavía más hecha polvo que yo.
Aparece un avituallamiento y cojo agua, y desesperado y ya sin saber qué hacer para reactivarme, tras un trago me echo agua por la cabeza y, algo rarísimo en mí, me echo agua por las piernas (así se mojan los calcetines y las zapatillas y yo odio esa sensación, pero ya digo que estoy en las últimas y la cabeza ya no me da para más).
Los km 40 de las maratones parecen
tener un efecto mágico en mí. En Valencia en ese momento fui
consciente de que realmente lo iba a conseguir y me dio un subidón
bestial que me permitió terminar la maratón eufórico. Aquí es
algo distinto, no me da el subidón, pero al cumplirse el km 40 miro
el reloj y veo que me marca 3 horas y 19 minutos. Es decir, estoy a
11 minutos del tiempo objetivo, lo cual significa que si consigo
correr los dos kilómetros que quedan a menos de 5:30 todavía lo
conseguiré. Además, estamos en las largas rectas finales, y al
fondo veo el globo de 3:30, calculo que como a un minuto, al que
habría que descontar lo que he tardado en cruzar la salida. Si no lo
intento sé que me arrepentiré mucho tiempo, así que no tengo
elección: con gran dolor de mi corazón, y especialmente de mi
cuerpo y piernas, decido sobrepasar mis límites y volver a luchar
por mi objetivo inicial.
Aquí lo fácil sería poner “saco
fuerzas de flaqueza”, pero no sería real, ya que no saco fuerzas
de ningún sitio pues no me queda ningún sitio del que sacar, estoy
totalmente vacío, exhausto, sin nada, así que creo que es por pura
fuerza de voluntad por lo que consigo apretar el paso. Tampoco
demasiado, voy a 5:10, pero eso es suficiente. Lo voy a conseguir,
lástima que no lo esté disfrutando.
Pensando que esto no se acaba nunca
encaro la última larga, larguísima recta (seguramente no lo era
tanto, pero a mí se me hizo eterna). A su debido momento mi hermano
sale del público y, tal y como estaba previsto pues él no iba a
hacer la maratón entera, se pone a correr a mi lado. Sé que me está
animando y gritando, pero sinceramente no lo oigo, de hecho tampoco
soy consciente de la gente a los lados, sólo soy capaz de ver la
meta. Un último reducto de cordura me dice que si quiero dedicar es
el momento, así que tal y como hice en Valencia empiezo el recital
de dedicatorias.
De nuevo como en Valencia, termino las
dedicatorias con tiempo para disfrutar de la entrada a meta, pero a
diferencia de Valencia, donde estaba eufórico por terminar con
bastante éxito, aquí no disfruto la entrada a meta, estoy demasiado
obcecado con lo de hacer marca y demasiado extenuado como para sentir
ni notar nada (de hecho según mi reloj GPS he cumplido la distancia
de la maratón en 3:29, pero eso no me vale, quiero tiempo en el
crono oficial). Valga como ejemplo de lo bajo mínimos que estoy que
pocos metros antes de la meta el que llevo delante se cruza para
coger a su hijo y literalmente me lo como, y tras el tropiezo sigo
como si tal cosa, es decir, ya no soy capaz ni de reaccionar. Y cómo
llegaré que cuando me colocan la medalla me preguntan si estoy bien
y si necesito ayuda (a lo mejor se lo preguntan a todo el mundo). No
la necesito, pero tampoco me voy a hacer el machote y decir que
llegué como para irme de fiesta, en cuanto pillé un cacho de acera
libre me tiré al suelo totalmente exhausto.
He cruzado la meta, pero esta vez sólo
he notado un leve sentimiento de alivio, de “se acabó”.
A partir de ahí mi hermano realmente
se portó, me acompañó a un mucho más adecuado para tirarme trozo
de césped cercano y me fue trayendo bebidas isotónicas y fruta. Al
poco llega el Segur, que como terminó en 3:06 ya está casi aburrido
y quejándose de que no empiezan a dar la cerveza hasta las 12. La
gente va llegando, y con ellos Juan (con un tiempazo) y su hermano
(que ha hecho de fotógrafo y que se ceba en mi lamentable estado).
Mancebo también termina, y como era de esperar, en menos de 4 horas.
Mi compi Fer ha hecho lo propio, y pese a haber tenido que andar ha rondado los 3:41. En general todos los Gastros han cumplido más que
dignamente, con especial aplauso a Lauri, que ha tenido un pequeño
drama personal que no es este el sitio para comentar.
Es duro, pero la sensación de victoria cuando lo has conseguido no te la quita nadie. Ahí estamos Juan y yo todo contentos por nuestra hazaña.
Poco a poco vuelvo a ser persona, y
entonces toca comprobar los efectos secundarios, que son francamente
buenos: No tengo rozaduras, no tengo dedos sangrando, no tengo uñas
negras, lo único que tengo es una mega-ampolla en un dedo y lo que
parecen los primeros síntomas de unas agujetas tamaño sueldo de la Cospe en los cuadriceps.
Sinceramente, mucho mejor de lo esperado, ya que en el momento de
escribir esto, cuatro días después, ya no tengo ninguna secuela.
Termino comentando lo que para mí ha
sido lo mejor y peor de la I Maratón de Murcia.
Lo malo: No me he fijado mucho en el
recorrido, primero porque iba de charleta y luego porque iba
demasiado concentrado en seguir corriendo, pero me ha parecido que no
era demasiado espectacular, que había demasiado callejeo por sitios
sin ningún atractivo arquitectónico. Y, chicos de Correbirras, por
las cintas de las medallas merecéis al menos unas horas oyendo
canciones de Hannah Montana, viendo programas de Belén Esteban o
algo similar; joder cómo rozaban y arañaban, y para más inri mi
medalla se descolgó de la cinta nada más llegar a casa. Para la
próxima pillad algo más suavecito, anda. Ah, y un detalle muy feo
fue eso de que hubiera vales por una mochila sólo en las bolsas de
los corredores murcianos.
Lo bueno: Para empezar se nota que los
chicos de Correbirras le han puesto ganas. Los avituallamientos y los
patinadores con reflex eran frecuentes y realmente se agradecían.
Aunque el regalo no era especialmente llamativo (camiseta y
calcetines los tienes en gran cantidad de carreras del circuito de
Albacete por apenas 7 euros de inscripción), al menos la cuota no
era cara para lo que son las maratones que se ven por ahí. Y lo que
me ha encantado es el dorsal, estoy harto de esos folios cutres que
te van rozando en las manos y que pueden llegar a cortarte incluso,
esta vez era como de tela aterciopelada que no daba ningún problema.
Anécdotas, menciones y agradecimientos: No es fácil encontrar un hueco en la crónica para esto, así que me invento este apartado. Al ya mencionado compañero Julián dorsal 999 añado recuerdo para Víctor dorsal 33, que también compartió conmigo kilómetros en los peores tramos de la carrera, al ciclista anónimo que gracias a que mi camiseta llevaba mi nombre en la espalda se puso un rato a darme casquera y ánimos también durante los peores tramos del recorrido, y una mención a ese corredor por el kilómetro treintayalgo me adelantó nada menos que con un carrito de niño. Ah, claro, y enhorabuena a Belén, que al final llegó justo delante de mí siendo la tercera mujer, y a Mateo Pesquer, segundo clasificado y compañero mío de clase en el instituto.
En definitiva, una maratón es una
carrera más. De acuerdo, más larga, más exigente, pero que como
todas se corre. Eso sí, necesitas prepararla bien, y eso es un
coñazo, así que en estos momentos francamente creo que mi segunda
maratón ha sido también mi última. Pero claro, ahora mismo estoy
saturado de kilómetros, quizá dentro de un tiempo, cuando se me
haya pasado el hastío y lo que más recuerde sea el logro
conseguido, me vuelva a dar el gusanillo.
Porque sí, lo he conseguido. Soy una
puta máquina. Sin piernas, pero una puta máquina.