Este es mi año de romper maldiciones,
e igual que la semana pasada pude correr por primera vez en
Villamalea, esta hacía lo propio en Tarazona. En este caso nunca la
había corrido porque la gente con la que me solía ir a las carreras
aprovechaba que era nocturna para luego quedarse de fiesta, y yo,
hombre ocupado y copado de responsabilidades, nunca me lo podía
permitir.
Nocturna, sí, habéis oído bien. La
de Tarazona de la Mancha es la única carrera del circuito que se
disputa sin luz solar, y la verdad es que yo me quedé bastante
decepcionado. Había oído que si había mucho ambiente, que si
molaba lo de la iluminación artificial... Nada de nada de nada.
Había gente, sí, y animaba y daba ambiente, pero no más que en cualquier pueblo en el que la
gente está por la labor. Y en cuanto a lo de la iluminación... pues
francamente, que había tramos en los que había que aflojar el paso
y mirar al suelo con cuidado porque no se veía un carajo.
La carrera eran dos vueltas a un
circuito urbano que tenía como principal “atracción” lo que mis
compañeros de viaje tuvieron a bien llamar “cuesta infernal”, y
lo cierto es que era jodidilla, con una pendiente razonable y
bastante larga, pero sin duda lo que a mí más me llamó la atención
fue lo accidentado del trayecto. Vale, es una carrera en términos
globales llana, pero no porque fuera lisa como una balsa de aceite,
sino porque las subidas y bajadas se compensaban. De acuerdo que no
eran ni subidas fuertes ni bajadas pronunciadas (quitando la
mencionada cuesta), pero en general resultaba una carrera incómoda,
en la que cada dos por tres había cambios de ritmo debido al
terreno.
Eso sí, en honor a la verdad, la
subida de la cuesta infernal nada más empezar hacía que luego casi
todo el resto del trayecto (con algunas excepciones como la subida a
la iglesia) diera la impresión de ser cuesta abajo.
Por lo demás, parecida a Villamalea en
cuanto a avituallamientos (muchos de agua y esponjas (aunque estas
casi secas)), con quizá el reproche de que los botellines eran de
medio litro, y el ecologista que hay en mí no puede evitar pensar en
toda el agua que se desperdicia así. Vale, con botellines de 33 cl
también se desperdicia dado que mucha gente apenas da un sorbo, se
echa un poco por encima, y fuera, pero lógicamente se desperdicia
menos.
En cuanto a mi carrera en sí, esta vez
era distinta: Sólo estábamos inscritos 4 keniatas, siendo yo a
priori en más rápido, pero entre que no íbamos a puntuar y que
llevaba muchas carreras seguidas, viniendo las siguiente semana dos
que quiero hacer a tope con sólo dos días entre ellas, decidí
intentar reprimir mis instintos y correr tranquilo, disfrutando. Incluso volví a llevarme cascos para ir escuchando música.
Así, empecé la primera vuelta
intentando no superar las 160 pulsaciones, traducido en que iba más
o menos a 5 el km. No era fácil, porque me adelantaba mucha gente y
el cuerpo me pedía tirar, pero conseguí mantenerme firme y aguantar
así, con 160 pulsaciones y a algo menos de 5 el km.
Para la segunda vuelta decidí apretar
un poco, de manera que tras la cuesta inicial me concedí poder
llegar hasta las 170 pulsaciones, aunque intentando mantenerme más o
menos sobre las 165. Eso me permitió llevar ritmos de 4:40 el km más
o menos.
Al cumplir el km 7 pensé que ya total
tampoco me haría tanto daño apretar, que apenas quedaba nada, y
decidí cambiar de ritmo para en los dos últimos kilómetros ya
soltarme el pelo.
Ahora ya la cosa había cambiado, y
durante esos km finales era yo el que adelantaba a muchos de los que
una vuelta antes me había pasado. Además, la suerte está de mi
lado y para cuando subo a la iglesia, antesala de la meta, los que
llevo tanto delante como detrás están muy lejos, así que voy a
poder entrar tranquilo. Veo a Gabi y me pongo a posar para la foto,
pero eso casi me cuesta caro, porque al mirar para atrás veo que
llevo a uno pegado esprintando. Aprieto decidido a no dejarme
superar, y afortunadamente basta con eso, el que llevo detrás no me
va a pillar y no es necesario que tire a muerte como en Villamalea.
Ya me costó caro con el Presi en Villarrobledo, y a punto ha estado de volver a costarme caro el ser tan chupacámaras. Lo de ir de blanco es porque como no iba a estar el Tato y no era necesario llevar el uniforme oficial para ser reconocido, preferí ser visible en la noche, con gran acierto dado lo ya comentado de la escasa visibilidad...
Sin embargo, esta vez los dioses
castigan mi holgazanería, y resulta que llego en el puesto 302. ¿Que
por qué es esto importante? Porque el puesto 300 tenía como premio
unas gafas bastante guapas. Qué se le va a hacer...
El piscolabis es muy majo. Comemos.
Bebemos. Esperamos a la entrega de premios. Y a casita.
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